domingo, 8 de junio de 2008

POR EL RIO MEKONG









Mi primer contacto con Laos fue una preciosa navegación de dos dias por el río Mekong desde el pueblo fronterizo de Houay Xay hasta la antigua capital laosiana, la hermosa ciudad de Luang Prabang, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. Este mítico río, que nace en el Himalaya recorriendo Asia hasta desembocar en el delta de Ho Chi Min (Vietnam), siempre había llamado mi atención desde niño y tenía claro en este viaje que quería recorrer al menos un trocito de su cauce.

Ya dije en un capítulo anterior que para llegar hasta Chang Khon desde Pai habíamos compartido furgoneta once viajeros más nuestras once mochilas, con lo que el trayecto no fué un lujo precisamente, pero si divertido. Salimos de Pai a las nueve de la noche y llegamos a la frontera a las cinco de la mañana, toda la noche de viaje sin pegar ojo ninguno de nosotros, bueno sólo un californiano que había estado diez días de meditación Vipasana en un templo budista y el tío era capaz de quedarse dormido de pié. Además, era extraño que paráramos cada hora para descansar diez minutos, hasta que nos dimos cuenta que el chofer thailandés lo hacía porque el pobre hombre se caía de sueño. Yo me ofrecí para conducir un rato mientras él echaba una siestecilla en mi asiento, pero el hombre decía que eso no podía ser. Así que no paramos las últimas horas de hablar con el conductor, dándole el coñazo para mantenerle despierto e incluso estuvimos cantando canciones para animar el cotarro.

Para más inri, cuando llegamos a Chang Khon faltaban todavía dos horas para que abriera el puesto fronterizo, así que todo el grueso de la expedición se estiró en las mesas del restaurante de un guesthouse para intentar dormir algo durante la espera. Pero estaba amaneciendo, y a mí me apetecía más dar un paseo por la orilla thailandesa del Mekong mientras salía el sol y se desperezaba el pueblo. Me acompañó Astrid, una de las holandesas, y el amanecer fué algo mágico, estaba viendo el famoso río por primera vez en mi vida, el sol subiendo por el horizonte, los pescadores saliendo en sus cayucos con sus redes, allí enfrente Laos y una preciosidad a mi lado, ¿qué más podía pedir?.

Y a las siete de la mañana todos al puesto de guardia a arreglar el papeleo, donde se nos unieron una parejita encantadora de catalán y argentina, Pau y Mumi, con los que coincidí y tuvimos alguna aventurilla unos cuantos días por Laos. Sello de salida de Thailandia y cruzar en cayuco el río, por fin estabamos en Laos, concretamente en Houay Xay. Allí estuvimos un buen rato sufriendo el típico caos de las fronteras del tercer mundo, visado de entrada en una caseta (35 dólares), sello de entrada en otro sitio, cambiar bahts pot kips intentando hacer cálculo mental con lo agotados que estábamos, otro control policial que no venía a cuento, pero bueno, estabamos tan excitados con la entrada a Laos que a ninguno nos importó demasiado aquel laberinto burocrático. Finalmente cogimos un tuk-tuk hasta el embarcadero y allí estaba la barcaza, comenzaba la navegación.

En el barco habría unas cien personas entre farangs y locales, y los asientos eran de madera pura y dura que amortiguamos con los salvadidas y algunas almohadas que habíamos comprado. En la popa te podías tumbar haciéndote un hueco entre mochilas y cajas varias, aunque el ruido del motor que iba sin tapa ni nada era insoportable. Pese a las incomodidades yo disfruté como un enano. Paisajes impresionantes, montañas y selva tropical, pescadores con sus redes, gente en las riberas que no se sabía de donde salían bañándose o lavando sus ropas, alguna aldea diseminada, búfalos de agua.... maravilloso, y así durante dos días.

El primer día hicimos noche en Pak Beng, a mitad de camino. Normalmente nadie navega de noche por el Mekong, en esa zona la corriente es muy fuerte, hay bastantes bajos, rocas sueltas en mitad de su cauce, remolinos, la verdad es que suele haber accidentes a menudo. Pak Beng es un pueblo salido de la nada unicamente comunicado por el río, no hay carreteras, y su población vive, aparte de la agricultura y la pesca de subsistencia, de la gente que llega a pasar la noche. Se han abierto varios guesthouse y restaurantes con ese objeto y se ve venir que en unos años crecerá bastante. Cogimos unas habitaciones, ducha, paseo, cenita, sobremesa con unas cervezas, toque de queda y a dormir. Al día siguiente nos esperaba otro duro, pero acojonante, día de navegación por el mítico Mekong hasta llegar a Luang Prabang, otro sitio de esos donde inconscientemente alargué mi estancia debido a ese relajado y atrayente ritmo de vida que una vez más durante este periplo me volvió a atrapar.

En el próximo capítulo os hablaré de Luang Prabang, hoy me encuentro en Madrid, haciendo tiempo por el centro hasta que salga mi avión a Lanzarote y tengo unas sensaciones muy extrañas debido al choque cultural producido a mi llegada al primer mundo. A veces pienso que me ha tocado vivir en una parte equivocada del planeta, me quedo con Asia, que aunque no tengan tantas y tantas cosas como nosotros, que realmente son superfluas, no percibes por ningún lado mentiras, cinismo, agresividad, violencia, son felices con lo que tienen. Esto da mucho que pensar.

No hay comentarios: